Hoy revuelvo y resuelvo.
Días oscuros que parecen diseminarse en tu palabra.
Te creo. Sí.
Y palpita y barbulla una satisfacción a duras penas asumida.
Hermana.
Y Holofernes tiembla, sabiéndose perdedor de esta batalla, mientras pinta su lascivia de violeta.
Galantería violetizada que a duras penas ha conseguido separarnos.
Dudaba. Dudé. Sí.
Pero tu voz cómplice se me hace la herramienta perfecta.
El dulce descubrimiento que ha desvelado su máscara me satisface.
Retomo rumbo con aquellas que me acompañan.
Y entonces vuelvo y te devuelvo.
Observando cómo construyes sibilinamente esa cárcel de cristal alrededor del suspiro de tus amadas.
Advirtiendo versos vagos, infectos de tóxico fuego que quema mientras domina.
Y me gustaría decirle a ellas, por última vez,
o primera,
a aquellas que han buscado refugio en tu guarida.
Que pese a lo amargo del halo que recibe mi sombra en tus pupilas, esta vulvática asalvajada guarda un resquicio de esperanza hacia las que seguís atrapadas en el cuento.
Amar no es elevar, hermana.
Amar es un susurro que acaricia tu alma.
Amar es esa bocanada de aire fresco que te levanta cada mañana, aun siendo la noche agria.
Amar es rugido que destierra lo violento,
que dormita al lado de tu máscara.
Esa que se desprende de tu rostro en cada abrazo amigo.
Amar es dejar volar.
Amar es soltar.
Y todo lo contrario, no es más que el ácido de aquellos besos alquitranados que toman nuestros cuerpos
directos al desguace.