La nueva política y el macho de izquierdas.

El feminismo es el último grito en pasarelas. O eso parece en la primera ojeada a los medios de comunicación. Desde Hillary Clinton hasta Cifuentes, el neoliberalismo pop se ha apuntado a la moda. Póngase usted un lazo rosa, o incluso emule a las sufragistas en su techo de cristal y sus prendas violetas. De la bandera de barras y estrellas al púrpura del empowerment, la política yanqui parece saber jugar bien sus cartas. Sí, ganó ese fascismo burdo y simplón, ese Jesús Gil a la americana, esos «bingueros» remasterizados de Wall Street. Pero el baño de masas que se dio Hillary no se quedó atrás. Ser mujer y muy mujer, jugándosela bien en su rol de la feminidad neoliberalizada, al gusto de todos.

 

De Hillary a Susana, el pueblo las quiere. Rosas kitsch para un nuevo feminismo sociata y chaquetas púrpuras para los demócratas republicanos. Póngase al lado de éstas un hombre muy hombre, como Bill Clinton o Felipe González. ¿El de la «cal viva»? Puede. Pero, sobre todo, el de la chaqueta de pana, el seductor campechano y salvador de la patria para algunos. Porque lo de la OTAN, ya tal. La gente cambia y el socialismo debe adaptarse, no se asusten tanto, proletarios. El discurso se adapta y se vende, o se alquila, según convenga a la demanda de las eléctricas. Vístase de feminista o de rojo, déselas de emprendedor progresista. O, mejor aún, supere su oferta y ofrezca un dos por uno. Ahí tenemos a nuestro Trudeau, el seductor feminista de la nueva política. Venda usted su tratado de libre comercio mientras cita alguna cosilla que alegre a esas alborotadoras feminazis. Porque claro, usted tiene hijas. Y como buen macho, quiere protegerlas, ponerlas a buen recaudo. Repita hasta la saciedad, hasta desvirtuar por completo su significado, que es usted FEMINISTA. Claro que sí. Pero «ojocuidao», del bueno. Del que se preocupa también por esos hombres rotos. Del que no molesta, despacito y suavecito, no vayamos a alterarnos demasiado.

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Queridos Trudeau de la vida: no nos valen. El feminismo necesita alborotar, destripar las entrañas del sistema heteropatriarcal hasta desfigurarlo del todo. El feminismo, oiga, el de verdad, es el que nos sacude de arriba a abajo. El que nos parte para volver a construirnos. Desde abajo para arriba, desde el oprimido hacia el opresor, como el humor. Y, una vez que cada uno haya asumido sus privilegios de género, raza y clase, empiecen ustedes con la «deconstrucción». Pero no comiencen la casa por el tejado, que se me lían y se creen que con hablar ligeramente de las «nuevas masculinidades» se libran ustedes del «fregao».

Pónganse los guantes, como dice Alicia Murillo, que queda mucha mierda por sacar de nuestro aparentemente impoluto sistema. Empiecen ustedes por mojar con agua bien caliente sus privilegios. Hay que hacerlo a conciencia, sino de nada sirve. Lávenlos con teoría feminista de la buena. De la que saca brillo. Desde Beauvoir a Despentes pasando por Friedam. O, si les es desconocida, prueben ustedes con Angela Davis. Especialemente recomendada para limpiar de una pasada los privilegios de raza y género, que en estos tiempos andamos todos con prisas. Y finalicen por aclarar bien sus ideas. Pueden hacerlo a través de medios como Pikara Magazine. Les aseguro que no duele ni escuece. Bueno, sí. Sí que escuece. Pero ya saben, si escuece la herida es que se está curando.

Pero sobre todo, cállense. En serio. Es todo lo que les pedimos. El feminismo necesita la colaboración de los hombres, por supuesto. Pero para ello, es necesario que bajen ustedes un poquito la voz. Dejen el megáfono a sus compañeras en las manifestaciones, háganse a un lado en la política y dejen que nosotras y ellas, las no blancas, las neurodivergentes o las no binarias, alcen su voz. No se preocupen ni mucho menos se me angustien. Tienen mucho trabajo que hacer. Hablen, sí. Pero háganlo con otros hombres. Niéguense a seguir el rollito machuno a sus colegas en las tardes de cervezas y grupos de WhatsApp. ¿Lo ven? No es tan complicado. Tienen ante sus ojos un inmenso campo de acción, cuestionando sus masculinidades y descomponiéndolas. Hasta que no quede nada de ellas. Entonces sí, construyan nuevas identidades que les permitan dar rienda a lo que el patriarcado les ha quitado: las emociones. Pueden hacerlo. Sólo entiendan que a nosotras se nos ha venido silenciando y desplazando de la plaza pública. Marginándonos a lo privado y desprestigiando nuestro trabajo.

Quien a estas alturas me conozca mínimamente, o al menos haya echado un vistazo a este blog, puede que se extrañe de lo que está leyendo. Sí, no estoy hablando del último escándalo de Cannes, con esa fotografía de Claudia Cardinale reducida a un mero respiro; ni de Moonlight, la revelación queer de los últimos Óscar. Y mucho menos, de cine, mi campo de dominio. Puede que algunos consideren imprudente estas valoraciones, que me acusen de radical o de demagógica. Pero, ¿saben qué?. No me importa su opinión paternalista. No he venido aquí a que ciertos varones me den su aprobación. Porque no la necesito. No la necesitamos. Llevamos siglos luchando para que se nos oiga de verdad. Y, compañeras, no vamos a conseguir una mierda con medias tintas, con un tierno «disculpe, creo que se le ha escapado un micromachismo». Porque no hay nada «micro» en mirarnos lascivamente, en comentar lo atractivas e inteligentes que somos, como si de una rareza sobrenatural se tratase.

Entonces, quizá, uno vendrá y me dirá aquello de «hembrista radical». Lo de hembrista podríamos discutirlo a través de las aportaciones de Pierre Bourdieu, pero creo que no es el momento. Yo vendría a explicarles la construcción antropológica del término, quizá alguna referencia al incesto de Lévi-Strauss, y ustedes se limitarían a rebatirme en vano todas mis aportaciones. Y lo de radical…Pues, enhorabuena, han dado de pleno en la diana. Sí, soy feminista radical. Porque ninguna lucha social tiene sentido si no se va de lleno a la raíz. Al origen del conflicto. Por eso, no me contentaré con ver al señor Iglesias con un lazo «morado». Ni siquiera a Alberto Garzón dándoselas también de feminista. Que duda cabe que este último ha hecho los deberes y se sabe muy bien la lección. Incluso parece haber comenzado a fregar los platos con ahínco. Pero, ay, justo cuando estaba por acabar la tarea, pasó por la cocina su compañero, el social-democrata (a veces comunista, a veces no, según le dé) desmelenado y parece que la cosa se ha quedado ahí. Feministas sí, pero que se nos oiga ir de botellines.

No quiero dedicar solamente amargas palabras contra el líder de IU, porque al menos este sí ha comenzado a cuestionar su posición privilegiada. Pero Alberto, no es suficiente. Como tampoco lo es que Pedro Sánchez, San Mártir del socialismo, haya apoyado el feminismo, planteando en su momento que los feminicidios sean considerados como lo que son, terrorismo de Estado. No lo es, si luego vas a apoyar a Albert Rivera, quien se vanagloria de «ser feminista, que tengo hijas», mientras mercantiliza el cuerpo de las mujeres y cuestiona nuestro derecho de decisión sobre nuestros cuerpos. Algo que también lleva mal Íñigo Errejón, a quien se le ha visto comparar nuestros vientres con meras vasijas. Vasijas gestantes a libre demanda. Porque…¿para qué necesitamos trabajar si podemos vivir de nuestros cuerpos, ya sean estos usados como medios reproductores o de consumo sexual?

Ya ven que no me dejo a nadie. Como buena feminista radical, nada me satisface, nada me llena. Llevo la furia de las arpías, el llanto de las brujas quemadas y la histeria de las jóvenes del XIX en mis entrañas. Lo tenemos todo, ¿Saben? El coraje anarquista y libertario de Louise Michel y Emma Goldman. El silencio dolido de George Sand y la sabiduría de Simone de Beauvoir. La rebeldía de Angela Davis y la voz de Nina Simone. Así que, tarde o temprano, triunfaremos.

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