Ya encontrarás a alguien, dicen. Eres joven, te recuerdan. Y a través del consejo más gratuito, voces ajenas se suman a esa tonadilla que toda mujer que rodea la treintena tiene que escuchar: «¿ya tienes novio?». Antes de que puedas emitir respuesta, notas su incomodidad ante la remota posibilidad de haber puesto el dedo en la llaga. Dudan si seguir preguntando y te miran, esperando el veredicto final. Callada, te les quedas mirando divertida.
Piensas en lo absurdo de esa tan manida pregunta. Para empezar, porque tu interlocutor parece obviar de base toda posibilidad lésbica. Qué va, si tú eres muy femenina. Esas son las bolleras. Es cierto que te va demasiado lo del «feminismo», pero qué va, no creo. Y si ya la cuestión homoerótica parece improbable, la bisexualidad ni se tiene en cuenta.
Dicen que estamos cambiando. Que nuestra sociedad es cada vez más crítica con el amor romántico y que la soltería es un must de la última temporada. Eso sí, si follas. Y con otres. ¿Que no sabes cómo hacerlo? Abre, elige y dispara. Mide en metros de distancia y centímetros, camélate al mejor y tira de la máscara, cariño. Tinder te llevará directa a la meca del sexo mogómano, pues con un poco de suerte lograrás emparejarte con alguien tan pringado como tú. Simplemente, hazlo.
Pues oiga, no me da la gana. Qué quieren. Puede que sea demasiado: que soy muy intensa, me suelen decir. Puede que sea arrogancia. Sí, debe ser eso. Siempre creyéndote por encima del bien y del mal, con ese aire esteta que tanto te gusta, encoñada a ese pasado onanístico sin remedio alguno. Deseando algo más en este París desaliñado, buscando algo más puro, más real. Una distopía pasada que no existe más que en tus sueños, dicen. Añaden también que exijo demasiado, que tengo que dejarme llevar.
Cansada de tanta moralina, me miro al espejo. Ojos cansados, ese pliegue por encima de la cadera, esa cicatriz que recuerda mi condición de ser biónico, ese rizo desafinado, ese acné que perdura, como queriendo agarrarse a un tiempo ya pasado. Un cuerpo. Te miro y me gustas. Te seduzco y me siento bien. No hay remordimientos ante una sociedad que me exige vivir en duplicado.
Sin contemplaciones, acariciar la piel propia tiene algo de especial. Y qué bien sienta. El agua fresca, el olor a verano. Tus ojos, mi mirada. Tus errores son mis aciertos. Todo está bien. Continúa. Poco importa el qué dirán, tú sigue. Sé libre. Al carajo con todo. Hoy te miro, me veo y me siento bien ante un reflejo que, por una vez, se muestra ajeno a murmullos y contemplaciones.
No pretendo educar ni cambiar a nadie. Simplemente vivir mi vida. Disfrutando de cada instante sin depender de sexos externos. En un mundo que te viste en subordinada, vivir sin complementos puede parecer un riesgo. Sobre todo cuando la década temida se acerca. Casa, hipoteca, hijos, trabajo. Núcleo patriarcal que todo lo decide. Mientras, yo me salgo por la escuadra y me evado en mi utopía tribal de cuidados y sueños compartidos.
Dices que soy demasiado complicada. Que todo es más sencillo. Puede que tengas razón, pero hoy quiero seguir mi senda tranquilamente. Puede que más tarde cambie de rumbo y me una a vuestra fiesta. Puede incluso que sienta la irrefrenable necesidad de compartirlo todo con alguien. O varios. ¿Quién sabe? Mientras tanto, que me quiten lo bailao.