Me proyectaste más allá de mí.
Viste lo que querías, no lo que era.
No te gustó.
Quizá fui demasiado.
Te cansaste o fue tu ego el que pudo la batalla.
No lo sé ni me importa.
No te culpo ni te persigo.
Río por todo lo pasado.
Un absurdo que no fue.
No son tus monstruos, es el patriarcado.
Es Segismundo que toma tu voz o tu miedo a mi fuerza.
Es todo eso y más.
Es radicalidad que da miedo.
Lo abrupto os aterra.
Y yo me canso de no poder ser.
De no estar más que en edificaciones externas que me elevan y me destierran tras ver cómo mi voz irrumpe en vuestro deseo.
Menstruo de Seberg que nubla la fantasía de quien teme perder la sujeción privilegiada que el sistema le ha otorgado.
De tu berborrea incansable tomo el consejo de la pluma.
Volcarlo todo y dejar que las palabras se lleven lo oscuro que me turbia.
Que se le lleven todo y me dejen sola, al menos por un tiempo.
Te salió mal el juego. Mi fiereza caótica rompió tus esquemas.
Y no te culpo.
Me divertí entre tus manos y culminé fantasías adolescentes.
Tu ingenio me cautivó por un rato, pero no fue lo suficientemente fuerte como para poder domarme.
Y sí. Ni mi prosa es ordenada.
Ni mis versos riman.
No siguen un esquema, solo se diluyen entre mis dedos para que yo pueda ser un poco más libre.
Te dejo con tus miedos en tu castillo de naipes.
Que te sea leve.