Que te jodan, tío Ethan.

Es quizá uno de los filmes más icónicos de la tradición Occidental. Pese a tratarse de una película de 1956, Centauros del desierto sigue estando de rabiosa actualidad. Pensemos en su eje narrativo más básico: poco después de la Guerra Civil de los Estados Unidos, el tío Ethan vuelve a su hogar y se encuentra con la familia. La iconicidad y plasticidad de la escena se rompen cuando llegan los «salvajes» y se llevan la virtuosidad de la pequeña Debbie.

Pensemos en los dos bandos que nos dibuja Ford. Por un lado, los «salvajes» indios que desfloran a «nuestras» mujeres e invaden nuestro territorio. Esos salvajes a los que una vez vencimos y colonizamos. Esos salvajes que amenazan nuestro privilegio blanco. Malditos. Por otro lado, el hogar, la familia de Ethan a la que él no acaba de pertenecer, siempre rozando ligeramente el fuera de campo. Y en medio del relato, el héroe vencido con su confederada insignia buscando el reconocimiento que la guerra le quitó.

Tras ser invadidos por esos desmerecidos, la pequeña Debbie es raptada, dejando como huella ese peluche desvencijado. Y su búsqueda es la excusa que lleva a Ford a rodar una de las películas más reveladoras del sistema dominante. Como en los viejos cuentos, Debbie ha de ser rescatada y devuelta a su hogar. Pero, ay, de cuándo Ethan la descubre envuelta en la pluma y el desafío tribal de su nueva familia. Esa niña indefensa ha configurado su propia mirada y se ha hecho suya, sin mano ajena que la domine. Y ahí está, siendo libre. Superado por su rebeldía, Ethan amenaza con matarla y el espectador se siente complacido cuando solo la secuestra, ahora sí, para imponerle el destino de los cuidados, el de la tribu no elegida.

Más de medio siglo más tarde, los salvajes siguen atemorizando a Ethan, que cabalga a lomos de coches tintados y fondos buitre. Al igual que en el filme, Ethan no está solo. Le acompaña ese mestizo jovial y dicharachero y ese otro joven remasterizado por Harvard. Todos juntos, prometen salvarnos a las Debbies del temor de los salvajes, que son varios y diversos. Por un lado, los que se reflejan en la mirada de Ethan creyéndose antihéroes y revolucionarios, que usan al pueblo y extorsionan con la misma facilidad. Por otro lado, los salvajes silenciados. Los despojados de sus tierras que llegan buscando vida. Una vida que les es arrebatada por un sistema que habla de defender los derechos del no-nacido, dándole hasta escolaridad antes del primer suspiro, mientras deja caer por la borda a millones de almas que huyen del terror.

Y en medio de todo, Debbie se agrupa y se hace visible. En su nueva familia, ha aprendido de los cuidados y del respeto al salvaje. Ha entendido el dolor de estos y se ha sumado a su causa. Ha aprendido a leer las estrellas y a reconocer el poder de la tierra. Saca su pluma y no teme. De su pasado, poco queda. Solo el saber que no volver a permanecer asfixiada entre esas cuatro paredes, como ha hecho su madre y su abuela. Su arco y sus compañeras de batalla le recuerdan a diario que no está sola.

Debbie jamás volverá a ser la dulce niña que fue. Porque ahora es guerrera y cuidadora y ha encontrado su hogar. Sabe que Ethan y los suyos se aproximan cada vez más al poblado. Sus compañeras le han advertido de su llegada a los terrenos del sur y su corazón late cada vez más deprisa ante el temor a volver al pasado, a la oscuridad del porche.

Se oyen los pasos de los caballos cada vez más alto. Ethan se aproxima para salvarla, dicen. Pero lo que Ethan no sabe que es Debbie ya está a a salvo en su tribu. Que no necesita ser rescatada ni volver al pueblo, a donde solo retornará para recuperar a su madre y llevársela con sus nuevas hermanas. Y juntas, repiten al unísono: Que no, que no, que no tenemos miedo. Que sí, que sí, que sí tenemos rabia.

Esta vez, Debbie cambiará el relato y no subirá a lomos de Ethan. Lo haremos contando con los salvajes y las nuestras. Porque somos tribu violeta y nos hemos vuelto apaches en la sororidad de quien reconoce el peso del privilegio que coloniza. Sabemos que, a pesar de los frentes construidos, Ethan se aproxima inexorablemente al campamento y llegará mañana antes de que se ponga el Sol. Asumiendo el miedo propio, limpia el arco y se prepara a disparar. Potencia sus lazos con sus hermanas y trazan nuevos planes de resistencia. La llegada ya está pronosticada, pero nunca nuestra derrota.

Salud, hermanas. Que comience la batalla.

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