A menos de 24 horas de que tenga lugar el Festival de Eurovisión, los bloqueos en Gaza no descansan ni un segundo. Mientras Madonna decide si sumarse o no al festín (no nos engañemos, en lo único que duda es en el modelito que llevará, no si participará o no) Europa se une a la celebración sangrienta del genocidio del pueblo palestino.
¿Genocidio? ¡salvaje! ¡cómo te atreves a ultrajar así la memoria de un pueblo sometido!
Pueblo sometido que somete. Bonita paradoja. Podría volver una vez más con miles de cifras sobre la persecución israelita a la resistencia palestina, sobre los ataques continuos y el apoyo soterrado de Occidente a la barbarie. Datos y más datos que pasarán desapercibidos.
Ellos, el pueblo humillado. Holocausto servido en diferido a través de las principales potencias europeas. Y servido cinematográficamente desde Hollywood, la Academia, la música. El mundo blanco-payo, vaya.
El cine, esa máquina de construcción cultural, se ha convertido desde sus orígenes en una de las mejores armas de los vencedores.
Niños de pijamas de rayas que nos miran de soslayo para que olvidemos a otros menos afortunados que mueren en nuestras mismas costas, ahogados en barcos que nunca se rescatan. Víctimas de un terrorismo que sólo importa cuando nos toca de cerca.
Muertes que importan. Muertes de postín. Muertos y moribundos. Y qué bien se lo marcaron, carajo.
Tú, que te crees muy progre, te enchufas a Transparent porque…¿qué hay más molón que lo queer con un poco de judaísmo bien servido? De la familia bien avenida de Los Ángeles a la adorable Mrs Maisel. Qué reivindicativa ella, hablando de sus pechos. Ay, el fino humor judío. Ellos sí que saben.
Pues sí, sí que saben los jodidos. Fíjense si son astutos que nos tienen a todos los pijoprogres (Santi, te robo el término que me ha molao, lo reconozco) atontaos. Con sus barbas rizadas, sus candelabros, sus fiestas, sus baggels, su simbología, su mística y sus penas. Han sido tan audaces que han logrado que miles y miles de hipsters se crean eso de los Bar Mitzvah mientras de burlan de «estos catetos católicos que van a misa». Religiones de primer, segundo y tercer nivel. Y ya saben dónde está Mahoma después de que el 11S marcase un nuevo paradigma: condenados al ostracismo.
Culpa suya, claro está. Si es que los musulmanes son unos xenófobos, machistas, lo peor. Quítate ese velo que quiero que veas mi cielo. Y pon a la derecha un buen candelabro de siete brazos, para que lo purifique todo de buen capitalismo sionista.
Y así, poco a poco, asumimos en medio siglo quiénes han de ser los buenos del nuevo relato. Quién le iba a decir a Anna Frank que, tras la masacre, su pueblo tomaría el relevo de quiénes lo sacrificaron. La imagino mirándonos desde ahí arriba, estupefacta. Quizá, con suerte, con un pañuelo palestino al cuello y conversando con Hannah Arendt, intentando entender algo de toda esta insana locura.
Mientras, aquí abajo, nada cambia. Tan sólo se difraza, logrando el perdón que legitima su violencia. Vendiéndonos humo.
Nos guste o no, nos han comprado con su imaginería. Y ahí estamos, diciendo lo maravillosa que es Mrs Maisel y obviando la carga sionista de esos campamentos de verano judíos. Fascinándonos por sus tradiciones mientras nos burlamos de Jesucristo o el ramadán. Y es que en el fondo, todos somos un poco como dice Imogene, la mejor amiga de Miriam Maisel, «nos encantan las pintorescas tradiciones judías».

Ojalá una serie sobre una familia gitana que descubre que su padre, gran académico, es en realidad una mujer transexual. Ojalá que nos cuenten la historia de aquella humorista iraní que venció la censura del régimen. Ojalá un día hablemos de ese fino humor árabe y miremos con recelo cada vez que los sionistas nos la quieren meter doblada.
¿Saben? Israel es un poco como esas manzanas del supermercado. Hermosas por fuera, pero podridas por dentro.