Complacencia animal.

Silencio. Espera. Paciente. Siempre permiso, ejecutando el control desde nuestros cuerpos atemorizados. Un cuerpo sangre que ya no te pertenece y que recuperas en cada trazo. En cada gemido. En cada gota.

Demasiado tarde para la cautela. Piensas, mientras ella te pide que hables bajo. Él entra antes y fija el territorio. El despacho se hace suyo por imperativo estructural. Y no hay más que hablar. Asientes y comienzas a explicarte, tomando ese velo que asfixia con la mayor naturalidad.

¿Qué sucede? Bloqueo. Háblame y siente. El cronómetro no para pero mi cuerpo exige una pausa. Se evade entre suspiros y rabia agitada.

Poco a poco. Volver en ti.

Siento que no hay tiempo para plegarias y disculpas. Siento que sólo en lo abrupto resisto y me hago mía. Siento no ser complaciente y mostrar mi hierática sonrisa. Como una más.

Gritar, correrse y sangrar. Devorar a gemidos esta máscara que me habita y se hace mía. Distinguir el límite entre mi corporeidad y ella es ya casi imposible.

Y entonces paro. Otoño de 2010: se nota que sabes escribir. Eso me dices, haciéndote el benevolente y justificando ese notable que jamás se hará sobresaliente. Aún a riesgo de caer en la genitalia más banal y binaria, me pregunto si dirías lo mismo si fuese un tío. ¡Ah! intuyo 9 años más tarde, creo que no estaba tan desencaminada. Una voz masculina para acceder al redil y lograr ser uno más. Al final sí era eso, confirmo mientras veo su libro publicado.

Retomo el archivo de pages que lleva todo el día abierto. Imágenes y párrafos que buscan en su unísono lo que nunco obtuvo quién les ha dado vida: un mero reconocimiento de valía. «Si lo haces bien, te lo dirán». Palabras de infancia que se me vuelven vacuas al ver cómo se nos invisibiliza a pesar del privilegio blanco. Mujeres futbolistas cuyos regates pasan desapercibidos ante la última jugarreta de Messi. Científicas de la Nasa que, tras ser clave en las primeras tomas directas de un agujero negro, son vistas como meras jóvenes «muy agradables». Perfectamente encauzables dentro de la trama misógina de The Bing Bang Theory.

El pasado otoño tuve el privilegio de compartir espacio y vida con las más brillantes mujeres: académicas, fotógrafas, artistas, intérpretes. Todas con un punto en común: un género que las condicionaba a lo pasivo. Mientras una reconocía la invisibilidad de las escenógrafas y el acoso en el mundo del espectáculo, otra científica se mostraba harta y cansada de que su trabajo fuese siempre cuestionado, a pesar de ser una de las más brillantes del equipo. Todas, absolutamente todas, incluso las más reacias a identificarse con el dichoso término de «feminismo», admitían el peso del sistema.

Una opresión que sobrepasaba los límites en la estación de Saint Lazare, donde el género se sumaba a la más bestial opresión policial. Como la de ese militar que colocó su K7 sobre mi hombro y el de una compañera racializada a dos pasos del Pompidou. Vive la France, que dicen.

Me canso. Siempre la misma verborrea cansina. Una y otra vez el mismo discurso que pasará desapercibido. Mi cuerpo se prepara para menstruar y manda inequívocas señales a mi cerebro, exigiéndole que pare. Que se tome un respiro. Un menstruo a través del que devenir monstrua más allá de lo fisiológico. Monstrua animal que pertuba esta tranquilidad sistémica donde el neoliberalismo blanquea el fascismo mientras se pinta de arcoíris.

Somos como animales para vosotros, deduzco. Dulces cachorras indefensas disponibles a vuestro deseo, fieras lobas que lo destrozan todo, zorras que follan y se muestran por encima de sus posibilidades. Salvajes dulcemente adiestradas para serviros envueltas en falso violeta otorgado. Os regalamos la revolución en las calles de París y como única muestra de afecto, degollasteis a Olympe De Gouges.

Y a pesar de todo esto, algunas siguen confiando en vosotros. Ingenuas, que aceptan con benevolencia vuestros esmerados sectores de género: ¡toma cari, tu porcioncita de «Cine de Género»!. Pero no le quites la etiqueta, que se le va lo patriarcal. De Género. Feminista. Hombres por la Igualdad. Qué buen chiste habéis armao, cabrones. Que hasta nos lo hemos creído.

Los hombres tenéis que estar en nuestra lucha. Claro, afirmo rotundamente. Y con las mismas acudo al undécimo Congreso Queer donde lo masculino vuelve al centro del relato engalanado en esos tacones de infierno que impregnarán de capitalismo rosa las calles de Chueca en unas semanas. Como cuando nos usáis como vientres o os hacéis con el femenino desde la plena asunción de vuestra masculinidad.

Esta zorra se ha cansado. Lame sus heridas y sigue su camino, pero sabe muy bien de qué palo vais. Puede que esta actitud altiva me cueste ese tan ansiado puesto violeta en la Academia. Posición a la que quizá, con un poco de suerte, podría acceder desde mi payitud occidentalizada. Quizá podría ceder un poco. No es tan difícil.

Pero siento que es demasiado tarde para nuestro silencio. Un silencio irresponsable que no es consciente de sus privilegios. Un silencio que sigue matando, día tras día.

Cuerpo que pesa y formalidad que abduce. Grito que mengua en la complacencia sistémica. No grites, sonríe, cari, que no estamos tan mal. Tan perfecta e idílica mientras el agua te llega hasta el cuello.

Queridas, que lo benévolo no nos quite lo valiente.

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