Asimilación.

Me miras entre cafés y sonríes. A dónde hemos llegado. Del dolor de nuestros cuerpos a la aceptación de los nuestros. A poder hablar de nuestras aventuras en plural sin ser juzgadas, casi sin miedo.

¿Sabes? A veces siento que es posible. Que es posible dejar de ser quiénes fuimos. Dejar a un lado el dolor para abrazar la revolución de las emociones sin cortapisa. Romper la caja de Pandora y volver a ser.

A veces, pienso que sí, que sí es posible.

Y entonces, un atisbo a la realidad me devuelve las páginas manchadas del cuaderno en 24 fascistas por segundo. Consejerías que se vuelven posibles gracias al beneplácito de aquellas que, como otras, dan carta blanca al verdugo en pro de su salvación.

Y ahí están. Pataleando y rejurgitando su odio por las esquinas del Congreso. Un Congreso patíbulo o un patíbulo público que vuelve a mi cabeza en forma de entradilla gangrenal. Gritos y bufidos que te llevan a tu pupitre del 2004. Esta vez, el dealer de turno que te intentaba tirar por las escaleras parece más democrático. Sus amenazas son colectivas en forma de acuerdo triangular, superando lo individual del escupitajo de turno en la mochila.

Y mientras actualizas cada segundo las noticias, acongojada ante ese verdor rojigualdo con ecos del pasado, otros me dicen, nos dicen, que no es para tanto. Relájate, cielo. Que con tu tez blanca no se van a meter. Disimula, que si lo haces bien, esta vez te puedes ir con el bando vencedor.

En aquellos pupitres, tú y yo sabemos que también se hacía política. Estrategia del superviviente. Aliarse con los indicados para no morir. Esa era la clave.

Parece que el tiempo pasa y que nuestros cuerpos sobreviven, ¿sabes?. Y eso está bien. Está bien vernos fuertes y sanas. Pero no olvidar. No asumir que vivimos tranquilas. Que era lo que había, que nadie es realmente feliz y que lo que nos tocó fue algo tan duro y tan real como la vida misma.

Olvidar no nos hará vencedoras de batallas sufridas. La asimilación del dolor sin un saberse reinas por un día, sin el autorreconocimiento del logro, no hará más que hundirnos en la miseria.

Así que mírame. Sí, lo hemos logrado. Sí hemos podido. Pero no lo olvides. No olvides la épica y tu resistencia en última línea de batalla. No olvides los golpes, que forjaron en nosotras el carácter que hoy nos da fuerzas para seguir caminando.

Ay, te digo entre vinos. Cuánto tiempo nos quedará de libertad antes de que vengan ellos. Y me miras. Me miras con esa honestidad tan tuya. Y lo entiendo. Cari, nos queda toh el tiempo del mundo. Los atardeceres disidentes y las mañanas resilientes. Los baños fríos y las tardes acaloradas del mes de agosto. Mil y un cafés entre confesiones de almohada. De miedos y sueños por cumplir. Nos queda la vida entera.

Que nadie ni nada nos quite lo bailao. Tú sigue alborotando, libre. Sin ataduras. Largando por esa boca tuya lo que te salga. Y que ellos apechugen con su odio, que no estamos pa complacencias. Si quieren buscarnos, nos encontrarán. Gritando, follando, besando, ladrando, creando. Mil y una fantasías violetas contra el tirano que viene.

Tú, pa’lante siempre. No lo olvides.

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