Por Bárbara Míguez Adeliño.
Mi psicólogo me ha pedido que me escriba una carta a mí misma, pero detesto esa clase de introspección gratuita.
Esta es una oda a todas las partes de mi cuerpo. En otras palabras, un blasón;
Esta es la heráldica del cuerpo humano,
La figura en el espejo
Realiza trabajos delicados en una situación compleja.
Inscribe plata en campo de sable; etiqueta de corte
Inscribe sable en campo de plata; un diseño en forma de escudo
Personas dispuestas formando un símbolo impenetrable,
El arte histórico del barroco.
(...)
La cueva, la estatua, la fuente, los jardines, el palacio.
El mural de bronce, el castillo imaginario, la villa:
De lejos y de cerca,
Soy todos los misterios
De cerca y de lejos
Soy todos los misterios
Soy todos los misterios en la creación
Soy todos los misterios de este mundo
J. A. Seazer, わたし万物百不思議 (Yo soy todos los Misterios de la Creación), 1998.
Una carta a mí misma. Una carta al yo. Pero yo no existo. Los seres humanos existimos como sujetos porque contamos historias, y como objetos, porque somos percibidos, porque somos relatados en las historias de otros.
Je y Moi: Lacan tenía razón, pero también se equivocaba. Quiero sonar académica, pero en realidad me parece que Lacan es un coñazo. El sujeto y el objeto son mentira, pero son dos mentiras diferentes. El objeto es mentira porque nadie puede conocer el total de experiencias que conforman mi identidad. Descartamos entonces mí, me y conmigo.
El sujeto es una mentira, es una narrativa para conectar experiencias inconexas. Una persona humana es menos real que un personaje de ficción: no puedes conectar su cenestesia a un esquema de planteamiento, nudo y desenlace. El yo unificado como protagonista de una historia es una mentira. Tengo hambre. Tengo sueño. Me río. Momentos separados. La identificación del yo con la imago del espejo es una mentira, una alienación: no puedo escribirme una carta a mí misma, porque no lo va a leer el mismo sujeto que lo escribió. Descartamos entonces yo. Los pronombres sólo tienen función gramatical.
Y eso es lo que importa: tiene una función, la de comunicar acciones, experiencias y percepciones. Buscarle sentido, tratar de dilucidar una narración en la que yo soy protagonista es una farsa. Todo eudemonismo, toda gran teoría unificada de la felicidad es insustancial, como si fuera algodón de azúcar. Puede ser útil, pero es intrascendente. Omnia vanitas. El Eclesiastés está infravalorado.
Esta carta es un ejercicio de futilidad. Sólo sirve para fingir que sigo siendo escritora (pasado, objeto) para tratar de impresionar a quien lo leerá (sujeto, futuro). El sujeto que lo lee puede ser tú, yo o ellos. Es irrelevante. No es el sujeto que realizó la acción de escribir. El sujeto que acabó de escribir la carta no es el mismo que la inició. El sujeto que acabará de leer la carta no es el mismo que comenzó a leerla.
¿De qué vale fingir? No soy la escritora que fui en 2016, pero tampoco soy la estudiante universitaria que fui en 2014. Mucho menos aún la cazadora de vampiros cyberpunk, orgullosa poseedora de un cañón de neutrinos que podría llegar a ser en un hipotético 2021.
Puedo llamarme a mí misma Bárbara, o puedo llamarme Lady Drácula, Azote de la Noche. Sólo es un título ficticio dado a experiencias inconexas porque resulta más práctico que pensar fuera de las categorías gramaticales. El abismo en los límites de la percepción siempre nos da pánico.
Tengo una serie de síntomas, pero puedo atribuirlos a vivir en el capitalismo tardío casi en el mismo grado que puedo atribuirlos a procesos internos. La inestabilidad laboral y un síndrome de ansiedad generalizada tienen los mismos síntomas físicos.
La ayuda de un psicólogo me ayudaría en menor grado que ganar la lotería, pero lo segundo es más improbable.
Ojalá pases un buen día. Océanos de amor, millones de besos:
Lady Drácula, Azote de la Noche.