Tecleo en el ordenador y busco en lo digital ante la imposibilidad de adquirir en librerías lo nuevo. «Lectura Fácil». Premio Nacional. Una mujer. Joven, decidida. «Un éxito en la industria que no se entiende ante la falta de redes», dice PRISA. «Cristina Morales», tecleo en la fábrica de explotados precarios, hambrienta por un nuevo relato y sabiendo muy bien que no lo encontraré en librerías en una buena temporada.
No he leído nada de ella. Apenas entrevistas. Muchas. Declaraciones vicarias y algún que otro párrafo robado de la world wide web. Pero nada más. Llevo demasiado tiempo inmersa entre ensayos canónicos y galicismos decimonónicos, escribiendo a contrarreloj una Tesis ya terminada.
Debería seguir con ese trabajo, me digo. Apenas cuatro días para escribir las 40 páginas traducidas. No puedo. No quiero, quizá. La sangre. Esa maldita sangre a la que algunas aluden para continuar con su odio a lo diferente.
Son días difusos de porras exhumadas en 140 caracteres. Días de reconciliación electoralista en los que aquellos que ya fueron intentan encauzarnos en el redil de lo debido. Terror mediático del control, incendio colectivo que revive el sueño de los que rezumaban en líquido amniótico cuando caía el muro.
No sabemos nada. No hemos vivido y desconocemos el mundo que queremos derrocar. Tecnocracia que deviene autoritas para decirnos cómo y qué pacto firmar.
Revisa. Controla. No pises el margen. El mismo Tzara visitaba mis sueños para besarme la frente y revisar mi prosa: «lo rebelde no quita lo correcto», me decía mientras huía por la sala contigua a las Meninas. Y yo me quedaba ahí, con los labios húmedos del dadaísmo en mi sien y preguntándome si estas 430 páginas doctorales tendrían algún día algún mérito sentido.
Y me digo, mientras la vieja pluma del diván se retuerce bajo tierra: quizá ya ha pasado la tormenta. Abro la ventana y siento la brisa rebelde de cada expatriada acariciándome.
Hubo un tiempo en el que este espacio geolocalizado al que denominamos «Estado español» vestía aún de gabán y humo de pipa. Me pregunto sin aún huele así. Si de verdad hemos avanzado tanto.
Mientras tanto, Eros visita mi cuerpo. El franco deseo de domar a la bestia me conduce hacia la perfecta evasión. Tomar al franquismo, usurparlo en cada resquicio y deglutirlo al máximo. Follarse al poder y dejarlo seco. Perfecta convexidad a la que accede la harpía que ya no teme. Expulsar tu bilis en cada corrida.
Nunca he sido capaz de hilvanar lo correcto. De traducir «como Dios manda» las ideas dispersas que bullen en mi inmaterialidad cerebral. Disemino sintagmas en lexemas descontextualizados que siembran algo que pretende ser mínimamente digno.
No. Puede que ni yo misma lo sea. Lo cierto es que nunca me ha importado, simplemente me he limitado a actuar con la mínima cautela ante la vigía moral de la norma.
Puede que mis líneas jamás se lleven ovaciones. Puede que nunca logremos enterrar el pasado con la dignidad de la sangre arrebatada. Que este país siga siendo una mera epopeya tragicocómica de quién quiere y no puede hacerse con el sillón de los poderosos.
Me limito a continuar escuchando atentamente el crujir del cajón. Caja encajonada bajo tierra inmovilizada por lo viejo. El 78 muere y abusa de aquellos cuerpos mientras pretende enmudecer al pueblo hambriento.
155, 78: Burla de lo rígido que ya no es.
Crepita la risa del niño contra lo duro que arrecia.
Estalla la llama en barricadas llanas.
Y el jinete sigue cabalgando mientras el Rey yace en el olvido de los silenciados.
Que vengan nuevos días, que les devolveremos lo viejo.