El séptimo día amanece y vuelven los aplausos. Los putos vítores y la energía malgastada de quién no es capaz de guardarse de lo emotivo. El clima conciliador del hogar estalla y se oyen los gritos de los vecinos. Los odios reclaman su presencia y los abrazos se vuelven fríos. Y a mí se me cansa el cuerpo. Y me vuelvo un ser arisco, incapaz de la empatía. Solo los graznidos de las gaviotas me calman.
Qué hacéis. En serio, qué hacéis. Qué hace un gobierno supuestamente progresista legitimando la persecución racista más allá de los malgastados Cíes. Qué hace un político de derechas reclamando lo público tras los recortes. Qué hacen aquellas amistades que se vuelven frágiles ante la desidia. Qué haces aguantando a tu pareja que no mueve un dedo en casa, mientras te jactas de lo feminista que eres. Qué hacemos todos.
No entiendo. No comprendo. No quiero comprender, por otra parte. Hubiese preferido una guerra de verdad. Con sus misiles y su fuego, en lugar de este letánico anuncio agónico biotecnológico. Trabajadores explotados buscando refugio ante la ansiedad galopante. Lazos que se difuminan ante la incomprensión del otro.
Personalmente, no me preocupa el Coronavirus. En este tiempo previo de jugada pasiva, he comenzado a comprenderlo. Nos la ha devuelto de lleno. Es su moneda de cambio por los recortes de sanidad, la recalificación que asesina nuestras costas, el consumo desproporcionado.
Me preocupa la legitimidad que le estamos dando al miedo. Nuestros vítores a las fuerzas armadas que una vez nos reprimieron. La facilidad con la que dejamos que Gangrena 3 nos contagie su paranoia difamatoria. La fogosidad con la que recibimos la Alarma que nos coacciona y el Rey que no nos representa.
Me cuesta expresarme en estos días grises. A pesar del tiempo para la reflexión. No puedo o no quiero decir las palabras justas. El miedo y la desidia han hecho complot y me inmovilizan. Asco. Temor. Hartazgo. Ganas de un nuevo mundo. Necesidad de aire puro.
Escribía hace varios meses aquello de que «que se lleven lo viejo». Y no puedo dejar de pensar en lo duro que suena por lo próximo que lo siento. En toda la gente que nos va a abandonar y en todo el dolor que vamos a tener que gestionar. En este clima de guerra que juega a engañarnos.
Mientras que yo reposo, otros no pueden parar. La prensa les llama héroes. Con un par. Héroes al servicio de un país. Los soldados atrincherados del siglo XX son las cajeras de hoy en día. Los sanitarios sin protección. Pero la coacción es la misma. Nadie está libre del sistema y, ya que les toca «servir a la patria», que lo hagan de la manera más cordial posible.
Y me revuelvo. Una y otra vez. Por lo hipocresía de mis pedidos online que justifican su explotación. Por mi cobardía a la hora de afrontar el conflicto. Siento una opresión fuerte en el pecho que se traslada a un cuerpo tomado por la incertidumbre. Quiero entender la necesidad de aquellos por la actualización constante y la veneración mediática. Aquellos que no creen en Dios pero veneran una ciencia con la misma vehemencia. Y los que no creen en nada a expensas de su propio beneficio. El ERTE que legitimará el fascismo en un par de meses.
Una de las pocas certezas que tengo de todo esto es que estamos ante un cambio. El sistema está bloqueado. Responsabilidad nuestra es ayudar a derrocarlo o reinstalarlo. Darle vuelta y media y dejarlo como estaba, con unos pocos retoques. Ese el plan de Pedro. Reconducir el sistema hacia su base. En su discurso menciona el caso alemán como ejemplo. El fin de la Segunda Guerra Mundial como referencia.
Y yo pienso en los años cincuenta. Los diferentes acuerdos carboníferos entre Francia y Alemania que nos condujeron hasta el euro. La legitimación del capitalismo que se firmó con la caída del muro. El consumo exponencial y el perdón de Eisenhower que nubla la condena al franquismo.
Ese el escenario que Pedro Sánchez quiere. Y no es nada apetecible. Pero es que el otro es aún peor: es el guiño del fascismo. Ese que gestionan más allá de Génova. El que legitima su odio al diferente y alega que la culpa de todo lo tiene, una vez más, el feminismo. Joder, Santi, parad ya que a este paso voy a sustituir a mi Satisfyer por el Corona. Que al final va a resultar que el cabrone (es que encima no tiene ni género, joder, es que es perfecte) es feminista, ecologista, antisistema. Que lo tiene toh. Pues sí. Según los damos Vociferantes, Oligarcas y Xenófobos, la culpa de todo la tenemos nosotras. Por manifestarnos. Yo, que estaba tan tranquilita en mi casa, pasando una regla de mil pares de diablos, resulta que he contagiado por telepatía feminista a Torrejón entero. Pues vale.
Sé que no encajo con el mejor sentido el humor desfasado. Que mi sátira puede ser hiriente para algunas. Voy sin freno de mano y las consecuencias pueden ser catastróficas.
Decís que hay que estar todas a una. Que no es momento para la crispación. Y nos veo a todas tan obnuviladas por ese miedo de pequeño burgués que me da miedo que la hostia que está por venir sea aún peor. La extrema derecha justificando el virus en la manifestación. La policía tomando las calles. El pueblo vitoreando a las fuerzas armadas. Nos hemos vuelto locos.
Yo tengo miedo. Lo reconozco. Mucho. ¿A perder a mis familiares? Sí. Pero mucho más miedo me da perder la libertad. Que el pánico mediático nos lleve a legitimar la fuerza férrea del fascismo neoliberal. Que desaprovechemos el guiño y legitimemos el odio. Eso me da miedo. El suicidio deliberado de Occidente ante la negativa a reconocer el cambio. Eso me da miedo. No los miles de muertos. Sino sus consecuencias en las urnas.
En esta sociedad cuántica, nos hemos acostumbrados a temer en porcentaje. Decenas. Miles. Millones de infectados. Números de bolsa enrojecidos. El centro de la diana mediática. Eso es todo lo que importa. Lo único que da titulares.
Quizá haya que seguir su estela y cuantificar también el odio. Con el patriarcado eso parece que ha funcionado. Nada como arrojar una cifra de las asesinadas para que os declaréis feministas. Los miles de hectáreas desforestadas para que sumen los vítores ecologistas.
Ojalá cuantificar también a todas aquellas que mueren en vida por un trabajo precario. Por un maltratador pasivo, de esos que se quedan regalando flores. Cuantificar también las violaciones que se disfrazan de juego. Los niños que sufren el adultocentrismo en manos de sus propias manos. Ojalá que un día no sea necesario recurrir al número para que esta sociedad despierte de su letargo.