Señoros, marujas y viceversa.

-¡Es Paco Umbral!

-Ese no es Paco Umbral, es una señora con gafas.

Mercedes, Cuéntame. Temporada 18.

Captura de pantalla 2020-06-13 a las 20.34.18

En el texto «El festival considerado como una imposición», André Bazin, que vendría a ser un señoro medio respetable que apostaba por el realismo máximo cinematográfico, nos lo deja clarito: desde que comienzan a tomar presencia los Festivales de Cine, el cine pierde su áurea y deviene poco a poco en producto. La imposición despoja de toda libertad creativa. Nada es, por lo tanto, arte puro.

Todo es mera reproducción. Copias almacenadas en el disco duro. Y no pasa nada. Asumir lo banal como parte inalterable de nuestra existencia no solo es aceptable sino absolutamente necesario. La cultura es sistémica y sistemáticamente industrial. Respirad, coged aire, haceos una paja o meteos una raya. Lo que sea, pero dejad ya de hacer el ridículo. No hay arte puro. Punto. Para ser más precisos, no hay nada puro. Ni el género, ni la raza, ni la identidad sexual. Nada es puro. Y qué jodidamente maravilloso que sea así.

Sí, tú. El de la última fila. El que llora porque ya no hay cine como antes. Ya no hay tías como antes. Ya nada es como antes. Welcome to the jungle, chaval. Proclamar a viva voz que «nada es como antes» es el primer signo de autoextinción. 

Nada es como antes porque el ayer nunca fue. El ayer es un conglomerado de experiencias subjetivas. Memorias entrelazadas que no logran un punto justo. Devenir borrado es lo único que nos queda si queremos atisbar un mínimo de realidad. La nada es lo único que permanece, cariño.

Nadie es, por lo tanto, puro y absoluto. Nada ni nadie es categorizable. Dios. Godard, La Veneno. Valcárcel. Jorge Javier. Hitos devenidos papel couché. Recepciones percibidas y acumuladas. Mero pasaje tangible.

Sálvame es Salvados. Todo un perfecto conglomerado mediático. El oligopolio. La debacle emocional, el fin y el principio. La televisión carece de argumento. El cine, sin embargo, se aleja de lo banal y nos eleva. Pretensión fingida. La hipótesis perfecta para el reducto de la cámara oscura.

Todo sería una perfecta hipótesis si el señoro que proclama tal gilipollez no se pusiese luego a hablar del coño de una en los supuestos templos de la cultura. Damos desclasados que avivan sus desgracias amorosas para darse un mínimo de satisfacción.

Todo es salseo puro, cari. Lo que pasa es que la historia se las ha apañado para que diferenciáramos el uno del otro. De Helena de Troya a los Borgia. De Shakespeare a Tolstoi. Dimes y direces elevados. Céline fue válido y se comió al corral de comedias. Poco más que decir. Huyssen ya lo recogió en 1987: el siglo XIX fue el inicio de un mundo nuevo, pero también de la categorización final. La de la cultura válida, la del salón y el puro; y la otra. La otredad discursiva que no interesa. Lo oral y lo pequeño. La de abajo. Las de abajo.

Dicen que el cine es el séptimo arte. El «séptimo arte». Un concepto con cierto deje burlesco adherido. Como la séptima maravilla. Absurda pretensión. El cine no es más que un discurso audiovisual. Un relato postergado. Gestado en un sistema putrefacto. Reflejo de violaciones y vejaciones múltiples. Reflejo de nosotros mismos. De la vida. El cine no es una sala oscura. No es celuloide ni una abstracción técnica. El cine es puro cuento.

En sus inicios, el cine se observaba desde lo individual. El deseo del voyeur que se cuela en la sala. Así nacía el cine en París y así lo refleja Win Wenders en París, Texas. El deseo máximo de tomar lo ajeno a través de la mirada intrusiva. La misma pulsión que nos lleva a colarnos en la casa de Belén Esteban. Avilés como el nuevo Ripley sureño. La vida misma.

No hubo nunca un Merlos Gate. Jorge Javier no es un salvapatrias y Marta López no es la Juana de Arco del siglo XXI. Sálvame no es de izquierdas. Pero Salvados o los informativos tampoco lo son. Y habría que ver si lo es el Festival de Cannes y todo lo que desprende, apoyando al máximo a violadores con la excusa aquella del creador de turno.

Sálvame es un par de huevos fritos con doble de chistorra y patatas bien grasientas. Salvados, ese batido que tomas para tener las defensas bien altas y la moral bien segura, cargadito hasta arriba de droga legal. El periódico que lees, las barritas de cacao nutritivas repletas de conservantes. Cannes, la Berlinale, el Festival de Donosti: franquicias eco-sostenibles que sacan su materia prima extorsionando al sudeste asiático.

Que no cunda el pánico, coño. Que nadie se ha muerto aún por unas bravas ni por un batido detox. Simplemente, asumamos lo que comemos. Sin pretensiones. Diferenciando el contenido del recipiente, la forma de la materia. Tomándonos de vez en cuando un puchero bueno, esa contracultura rica que no llega a Festivales. Esa teatro asociativo que no alcanza el canon. La obrita pequeña sin pretensiones. El corral doméstico.

Como decía Lola Flores, todo se puede hacer en esta vida, pero con método.

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