La nueva propuesta de Michaela Coen es directa. Dura. El eje central: una violación. El argumento: el dolor y la respuesta de quién lo vive, una joven escritora londinense. Con un marcado tono reflexivo y autobiográfico, se desmarca de la sororidad cromática impuesta. Coen no acusa pero tampoco esconde.
Londres. Isabella. Un bloqueo y una solución rápida. Madrid. Tú y yo. Isabella es Coen y Coen es Isabella, pero podríamos serlo todas. Y lo sabes. Isabella es joven. Isabella busca el deseo por encima de los demás. Se impulsa y lucha, sabiendo que a veces perder es necesario. No es heroína. Es simplemente humana. Una chica, sin más. Una promesa de las redes sociales a quién se le ha dado la oportunidad de escribir. Una mimada sistémica, serían capaces de decir algunos. Que aprovecha el viaje a Italia pagado por su editorial para pasarse el día follando. Qué atrevida. Una insensata que se droga por encima de sus posibilidades. Que confía y miente. Mucho.
Miente a la editorial, asegurando que el libro estará acabado dentro del plazo, cuando no lleva ni un capítulo. A su amiga, tirando del chicle y alargando el coito en diferido para fardar un poco más. A su amigo, ocultando parte de lo vivido. A su ex, diciendo que todo está bien, que ya lo ha olvidado. A sí misma. Asegurando que todo está bien. Que podrá acabar ese capítulo. Que controla las drogas. Que no lo echa de menos. Que no la han violado.

Isabella es una jodida embustera. Como tú. Como yo. Como todas.
Mentimos por encima de nuestras posibilidades. Exageramos y distorsionamos con un único objetivo: contarlo tan bien a los otros que nos los podamos creer nosotras mismas. Enmascaramos el dolor. No ha sido para tanto. A ver, a toda le ha pasado que el tío se propasa y se acaba liando. Que una cosa es ser feministas y otra ver patriarcadas por todos lados. Si ese tío no ha podido hacerte eso. Qué va. Es un inocente, un buenazo. Y lo más importante: yo también me lo he tirado. Sí, te lo has tirado. Usas la voz activa para camelar el miedo a descubrirte tan víctima como yo. Enciendes un deseo en pretérito. Tú te lo has follado, porque tú has querido. Anulas lo vivido asumiendo la hipoteca emocional. Te impones un carnaval de emociones y me dices que estoy equivocada. La coartada perfecta que le salve el cuello al verdugo. Pero sobre todo, que te salve de ser víctima. Si a mí no me agredió, a ti tampoco.
Fingir que no ha pasado. Que no lo hemos vivido. La mayor mentira vivida. Por encima del «inglés, nivel medio» del CV. Del «disponibilidad 24h». O del «quiero vivir la vida a tope». Farsas del sistema que nos permiten sobrevivir, adaptarnos al ritmo frenético sin morir. O, al menos, embalsamando bien el cadáver.
En este punto, uno de los aciertos de Coen es su manera de mostrar el sexo. Lo animal queda superditado a la norma. En I may distroy you (el título original de la serie de Michaela Coen para HBO) no hay besos apenas. La piel y el roce se reservan a lo próximo. El coito directo es pornográfico. Necesariamente impuesto dentro del marco heteronormal. Nadie ve lo genital pero las posturas repetidas son secas, directas. El sexo que muestra Coen es tan real como su agobio por cobrar, su presión por encajar su vida social con la profesional.
En este punto, hay dos visiones del sexo que se contraponen en I may distroy you. La calmada y próxima, que precede a la violación; y la fugaz y tensa, que la sucede. En la primera, no hay prisa. Isabella deja pasar los días con su idilio italiano en la costa. Sin miedo. Entra la piel y el contacto. Lo real de un encuentro sexual que tropieza con la regla de Isabella. Él, lejos del clásico rechazo, se aproxima al coágulo. Que tu pareja sexual juguetee con tu coño sangrante es poco más que el sueño millennial. El príncipe azul que te da MDMA y te dice que no te pases de las doce.
Y la segunda. La que empieza tras la agresión. La buscada. La fingida. Isabella se dice que puede y quiere. Se impone el deseo y exige una penetración directa. Coito autoimpuesto para superar el trauma. Droga afectiva que supera el MDMA, la coca y la marihuana. Soy un animal deseante y nada ni nadie va a negarme el placer de correrme. El problema es que el capitalismo no espera al duelo. Impone la curación a zancadas. El plano medio nos aleja de lo emocional y nos obliga a seguir. La ejecución perfecta que devora toda reflexión.
La sustancia de I may destroy you no reside en ninguno de estos dos espacios, sino en el vacío que ambos dejan. El temor al recuerdo. Los flashes que llevan a Isabelle una y otra vez al acto de la violación. Que dan rostro al trauma. Isabelle huye hacia atrás. Quizá buscando lo amable de ese verano italiano. Retroceder hasta el punto último y borrar el cuerpo. Un deseo imposible.
Lo cierto es que definir el último trabajo de Michaela sin caer en lo propio me es imposible. En las críticas que he leído, se apunta lo brillante del guión de Coen por su capacidad para afrontar la violación. Se apela a la productora, a los giros de guión. Se apela a todo menos a lo más duro: Isabella es agredida por la sociedad en conjunto. La que la cuestiona. La que le impone una cura instantánea. La que olvida para no afrontar la culpa.
Sí, técnicamente I may destroy you es brutal. Directa. Cromática. Pulsión pura que nos lleva a lo abyecto. Un trazo de Bacon en el verano perfecto de Mrs. Stone. Pero sobre todo, I may destroy you es un reflejo de nuestra incapacidad para aceptar el dolor y la carga que este conlleva.
El verdadero trauma de una agresión sexual no es la citología de después. La denuncia en la fría sala de policía. Ni siquiera la marca que ese dolor deja en nuestras vivencias futuras. La carga más dura de llevar es la duda. ¿Ha sido mi culpa? ¿Me lo he buscado? ¿Lo estaba deseando?
Y ahí radica el acierto de Michaela Coen: se viola porque se puede. Porque la sociedad mira hacia otro lado. Porque el estigma está ahí. La clave, cariño, está en creértelo. Créete que te han agredido, porque si no lo haces tú nadie lo hará. Defiende tu cuerpo más allá de agresión. Goza y di, si te sale del coño, que te has corrido con tu violador. No pasa nada. Van a juzgarte de todas formas, así que tómate todas las libertades para contártelo como mejor te cuadre.
Como decía en anteriores artículos, es en el dolor que debemos de unirnos las mujeres. Un dolor que supera el género, el sexo. Como mujer cis, siento que si hay algo que nos une a nuestras hermanas trans y no binarias es el juicio social.
–¿Estás segura que te ha agredido?
–¿Pero entonces te «sientes» mujer?
-Pero fuiste tú la que te querías acostar con él, ¿no?
-¿Siempre te has «sentido» así? ah, qué eres mujer?
-¿Has denunciado en la policía?
-¿Te has operado?
La duda supera al dolor. No hay nada que defina el ser mujer como la visión que se tiene de nosotras: ese ser en función del otro. Definirse en la mirada ajena.
Quizá la solución está en ser sin permiso ajeno. Dice la gran Dominique Jackson, actriz que interpreta al personaje de Elektra en Pose, que como mujer trans no va a otorgar al otro el derecho de ser aceptada. No va a esperar la aceptación, sino a imponerla.
Puede que la clave sea dejar de existir en pasivo. Impongamos nuestra realidad. Nuestro discurso. Impongamos nuestras vivencias sin esperar el beneplácito externo. Destruyamos lo tóxico de la sororidad romántica y enfoquemos nuestra lucha más allá de la esencia biológica impuesta. No les demos el goce de aprobarnos, hagámoslo nosotras.