Sacúdete, cariño.

Qué es el cine, me preguntas. El cine, desde luego, no eres tú.

La mirada. Una mirada única. Un deseo unidireccional. Cuerpo y estigma. Tomar y poseer. Sin cuestionar. Eso es para ti todo lo que importa.

Cari, ya era hora de que alguien te lo dijera: follas tan mal como diriges. Asúmelo.

Planteas el cine como un relato supremo. Ensalzas cada plano y tomas el contrapicado como centro semántico. Diriges como amas: verticalmente. Alabando las cualidades de tu amante por encima de su humanidad. Obviando lo real y centrándote en tus neuras de damo desclasado.

Observas a tu amante como a tus espectadores: desde el despotismo. Tú y tu ego por encima de toda creación. Tu relato envejece mal. Tus referencias a Welles y Hawks son índices perfectos de tus pésimas cualidades.

Amas como creas. Ahí está el problema. En lo elevado. En el mito imposible. En ese filtro Valencia educado que acusas de académico. No miras a tu amante a los ojos, la desfiguras en el deseo eterno. En el juicio impuesto. Y ella se aburre. Y pone cara como de que sí, que le está gustando. Pero tú y yo sabemos que en cuanto te corras irá a por su Satisfyer. Tirará de las redes y se bajará la de Michaela Coen, porque ella sí que le da lo que merece.

Para amar bien hay que bajarse y quitarse la impostura. Desvirgar las costuras y romperlo todo. Romperse para volver a ser. Sin ese previo paso, no hay nada que valga realmente la pena.

Así que bájate del púlpito y cómetelo bien, cari. Con detenimiento y parsimonia. Lento y bien cocinado. Bájate y mójate. Empápate de realidad. De la vida misma. De un atardecer. De las marquesinas desgastadas del autobús. De las hojas caídas. De lo perenne que caduca. De un mini de cerveza tirado. Muéstrame la vida y déjate de discursos baratos.

El arte es contraste. Los bajos que me ocultas es lo real que me interesa. Olvida el primer plano por un segundo y toma lo arriesgado de lo olvidado. Lo que no importa. O mejor aún, lo que nos han dicho que no importa.

El arte puro. Me dices. El arte es puro cuento. Mamarrachada en discontinuo.

¿Sabes? tu problema es que no sabes amar. Lo ensalzas todo. Lo denigras todo a tu percepción subjetiva. Me acusas de «ofendidita», de policía de la creación. Alegas tu derecho como autor y te olvidas de tu privilegio. Y me aburres. Nos aburres.

La clave, cari, está en lo horizontal. En desmitificar la mirada y tirar pa’lante sin pretensiones. Cómeme. Cómete. Quita el artificio y abraza lo puro. La mancha. Lo molesto. Lo que te molesta. Ahí está la clave.

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