Fantasía ibérica.

El Palmar de Troya es español. Muy español. Casi tanto como los bares de carretera, el toro de Manolete o el tinto de verano. Un referente mediático y mesiánico que todo guiri cangregil debería verse.

Querido turista, que te has quedado este año sin tu España querida. Sin su paella de sobre, su olor a fritanga, sus cervezas a un euro. No llores, porque he hallado tu solución: tan solo tienes que ver los cuatro episodios que forman parte del Docuserie «El Palmar de Troya». O lo que es lo mismo, de cómo una anunciación mariana derivó en el revival definitivo del Padre Apeles.

Todo empieza en 1968. Un año revolucionario en Europa y tardofranquista en España. Unas niñas de entre 12 y 13 años afirman lo imposible: se les ha aparecido la Virgen en la finca de Alcaparrosa, a las afueras del pueblo de El Palmar de Troya. Lo que podía haberse quedado en lo anecdótico se eleva con la visita de vecinos curiosos y algún que otro interesado. La inocencia de las elegidas es perfecta y parece encajar en una sociedad aún profundamente rural. El correveidile hace su afecto y a los pocos meses, son varios los que afirman haber sido testigos de la misma aparición. Entre los elegidos, Clemente. Un tipo vulgar, sin más. Un personaje anecdótico, simplón, corriente. Un tipo con suerte que supo jugar muy bien sus cartas. Tanto, que se acabaría proclamando Papa de la nueva Iglesia. Su sede: un monumento megalómano en medio de la nada.

Sede de la Iglesia de El Palmar de Troya.

Con su templo levantado, Clemente le hizo al Vaticano un Chus Lampreave en toda regla: paso total de vosotros, me aburrís. Y se montó un chiringuito mejor que el de ellos. La clave: la veneración desmesurada de unos pocos y el miedo al rechazo de otros tantos. Si bien los modos parecen asemejarse más a los de una secta que a los de una Iglesia, el resultado se asemeja bastante. Mientras unos hacían voto de pobreza, otros no renunciaban ni al vino tinto ni a la Feria de Abril. Sí, has leído bien. El Papa Clemente se iba de saraos a la Feria y si me apuras, en algún Rocío fijo que se coló igualmente. Por si no fuera poco, no son pocas las denuncias por acoso y agresión sexual que se levantaron a sus espaldas.

El caso es que a Clemente se le va un día comiendo jamón y bebiendo whisky. Un subidón mortal en mitad de misa. A Rey muerto, Rey puesto. Del segundo de turno poco se sabe, muere a las pocas semanas de un cáncer. Y es aquí donde tiene lugar el salto de guión definitivo: el Papa Ginés. La fusión perfecta entre Torquemada y Juan Cuesta. Papa sanguinario de día, vividor de noche. Ginés se pone intenso y eleva el control: nada de juegos para los niños, prohibido hablar con ajenos al Palmar, etc. El giro definitivo llega con el diezmo. Sí, has leído. bien. El pequeño Torquemada de calle Desengaño impone el impuesto medieval. Cómo sino iba a poder costearse su papamóvil: un BMW blanco reluciente.

Con Ginés, lo amish rompe por soléas y se desintegra. Pero no todo va a ser rezar, oiga. Ginés se deja tentar por Nieves, una ex-monja del Palmar de Troya. Empieza el salseo bueno. Nieves seduce a Ginés, pero este es de mecha corta y se quedan con las ganas. A la tercera va la vencida. La cosa va en serio y, tras la renuncia de Ginés, se casan por todo lo alto. Lo del voto de pobreza, ya tal. En este punto, el momoneo de El Palmar sale de los muros. Llegan los reporteros y se encienden las bengalas. Ni Belén Esteban logró ese amparo mediático.

Todo va bien hasta que Ginés echa de menos su espada de piedras preciosas. Una cosita sencilla, un regalito de sus fieles germánicos. Sí, germánicos. El Clemente se puso intenso y con la tontería conquistó todo lo que los Tercios de Flandes no pudieron. El caso es que Nieves iba a dejar solo a Ginés pero le da cosica. Así que ahí los tenemos, a las puertas de El Palmar para buscar la espada de brilli brilli. Total, fracasan y los acaban apuñalando. Y eso que llevaban hasta un kit de supervivencia del Rocío. Ginés acaba en la cárcel y Nieves se va a casita.

Y colorín colorado, el timo no se ha acabado. El Palmar sigue más vivo que el franquismo. Igual es que lo rancio está de moda. Y las sectas, que una ha estado en una y sabe de lo que habla.

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