Margo, Elektra y lo superlativo.

Dos divas, Margo Channing y Elektra Abundance; y una ciudad, Nueva York. El recuerdo se desvanece, el estilo permanece.

Dicen algunos que vivimos en una tiranía de lo políticamente correcto. Extraña premisa emitida, por lo general, desde el privilegio. Desde la conciencia ciega. Ya no se puede ofender a nadie, cariño. Qué aburrido esto. Y lo dicen los del sistema adherido. Afirman doloridas que se les persigue por ser atrevidas. Y lo hacen sosteniendo la sonrisa y luciendo tipo, perfectamente disonantes dentro del molde. La ofensa, cari, eres tú. Con tu blasfema normatividad al volante.

Sí, según algunas, no hay vía alguna para el salto del renglón. Y entonces te das media vuelta y ahí están. Las otras. Las que llevan siglos sorteando con galantería la opresión sistemática. Y se burlan en tu cara con una destreza encomiable. Sin destellos fulgurantes pero con una precisión apremiante. Un gesto lo vale todo. Un parpadeo casual, ligeramente altivo. Un giro discreto que se desvela en su justa medida. El pliegue tomado, el juego ganado. Determinado, hiperbólico, imposible. Como ellas mismas.

Este don de la elegancia esquiva ha prevalecido entre nosotras desde hace milenios. La gracia patriarcal la asoció a lo masculino a través de aquello que algunos denominan «dandismo». Ellos deambulaban mientras nosotres éramos observades. La fascinación pueril de Baudelaire por las mujeres sintonizaba perfectamente con el psicoanálisis y la patoligización de lo diverso. Y así fue como devenimos material de muestreo. Cuerpos estigmatizados, disfrutados, tomados. Condena en participio.

Algunas, las más sabias, toman lo pasivo y lo hacen suyo. Edifican su máscara y se la apropian. Parten en ocasiones de un cuerpo objeto y lo desvinculan del otro. Un proceso largo y sinuoso que les permite volver a nacer. Resiliencia activa desde el margen. Un lugar cómodo desde donde retomar el camino.

Margo Channing y Elektra Abundance son ficticias, pero más reales que la vida misma. Channing es un actriz del Broadway de 1950. Ya saben, 1950. Los años felices acechan la libertad y la emancipación ganadas de las mujeres. Elektra se mueve en el New York de Keith Haring y el vogue. Los salvajes ochenta. Así que, en cierta medida, también es actriz. Aunque quién sabe, quizá todas (y todos) lo somos en el fondo.

Margo elevando el hastaelcoñismo a un nuevo nivel mesiánico.

Margo y Elektra son, además, mujeres adultas. En un punto de maduración molesto. No tanto por las arrugas, sino por lo aprehendido. En All about Eve, a Margo se le reclama una altanería sobrepasada. Resulta molesta no por sus años, sino por su voz. Margo se tiene muy bien aprendido el papel. Cómo interpretar delante y detrás de las bambalinas. Qué mirada se merece el crítico y cuál ha de ser el gesto preciso que adule al productor. Todo un juego de señales serpenteantes en las que una aprendiz se pierde y ella, como doña enarbolada, triunfa.

Margo es la reina de su mundo. No porque los demás le hallan otorgado dicha consideración, sino porque ella misma se lo recuerda. Margo es el perfecto ejemplo de doña elevada en su justa medida. Un poquito desaliñá, pero bien puesta. Vamos a ver, igual no es la persona más asertiva del mundo. Pero nadie es perfecto. Margo es jodidamente incorrecta. Sabe tirar sus cartas para sobrevivir a la siguiente ronda, pero no se guarda ni una. Puede que ese sea su secreto para sobrevivir. Disparar antes de tiempo.

Otro Martini, por favor.

El problema de Margo es que, por muy altanera que se muestre en determinados momentos, es muy madre. El descuido perfecto para Eva, la nueva. Eva, que entra en escena a modo de extra de Corín Tellado, con su drama a cuestas, es la María del cuento. De lo buena que nos la venden, digo. La bondad de Eva es algo de lo que Margo debería de haber desconfiado desde el primer momento.

Eva es el prototipo perfecto. Abnegación, cuidados, espera y sonrisita de gilipollas. Margo es la malahostia marca registrada. Margo es la típica que pega un portazo, se da media vuelta y vomita sin contemplaciones. Pero con un gusto que parece que te está depositando caviar en los escarpines. Para entender a este personaje no es necesario leer a señoros freudianos, que ya te lo digo yo de gratis. Margo es una señora nacida a principios de siglo XX y que ha visto ya de tóh. Ha visto morirse el cine con la llegada del sonido, dos Guerras Mundiales y a muchos cabrones de por medio. Por eso es molesta. Porque se las sabe todas y no se calla ni una.

Por eso y por más, no tarda en darse cuenta de que la ha cagado. Eva es perfecta para la industria cultural porque encarna todo lo que el sistema necesita: una mujer inexperta fácilmente moldeable. Margo sabe, como tú y yo, que no es el pliegue lo que jode, sino la conciencia del mismo. De ahí lo de su supuesto mal carácter. Bendito genio de la Margo, que ha sido lo que la ha salvado.

Adoradme, cabrones.

Volvamos a Elektra. Los happy fifties han pasado pero el sistema no se ha calmado. Lo mismo de siempre, pero con más brilli brilli. Elektra, para más inri, es una dama marginal racializada. Vamos, que si Margo ya lo tenía jodido con aquello del privilegio blanco, imagínate Elektra. No te quiero ni contar. Al igual que Margo, Elektra ronda los cuarenta. Hagamos cuentas: Elektra ha nacido muy probablemente al final de los años cuarenta. Fin de la Segunda Guerra Mundial y felicidad prometida para algunos. Para otros, toca apoquinar y seguir aguantando.

Este es el caso de Elektra y de otras tantas. Las que lograron el gesto definitivo lejos de la capa de armiño y las joyas de autor. Si ser Margo Channing ya era cosa complicada, imagínense sin los medios de esta. Elektra es una doña elevada, eso no lo niega nadie (y más les vale que sea así). Pero también una resiliente de largo alcance. Una superviviente.

Elektra, al igual que Margo, es muy madre. De hecho, se dedica a eso. Una suerte de maestra a tiempo completo con unas dotes algo cuestionables. Una mamma camp. La conjunción perfecta entre Amarcord y Que he hecho yo para merecer esto, bañado por la Teoría King Kong. Básicamente, Elektra acoge a los churumbeles y los guía en el noble arte de la performance del vogue. ¿Y que es el vogue?. Imaginaos un espacio semi-industrial y abandonado, colonizado por un sin fin de telas, purpurina y luces por doquier. Ocupadlo con bailarines superdotados y doñas elevadísimas. Ponedlos en acción et voilà: ahí tenéis el vogue (os recomiendo que os veáis Paris is burning, que se hace muy amena).

Siempre Reina.

Retomemos por un segundo lo de la opresión de Elektra y puntualicemos: todes en Pose están sumides en la mierda, cariño. Afroamericanes, latines, migrantes, trans, bisexuales. Realmente, todes tienen un buen motivo para cagarse en el mundo. A diferencia de All about Eve, el privilegio y el bienestar brillan por su ausencia. No hay salas pomposas, ni alcobas espaciosas. Más bien, pisos con humedades, mucha precariedad y una necesidad imperiosa de seguir vivas. Súmale a todo eso la irrupción del VIH entre la población queer . Un cuadro.

Pocas podrían salir airosas de una situación como esta. Elektra lo consigue pero el precio a pagar es caro. Si quieres no desfallecer siendo una mujer, trans y racializada, la vía no es fácil, cari. Prepárate para trabajarte los bajos fondos. Y da gracias si puedes llegar a trabajar como dominatrix en un club de sado neoyorquino.

Si Margo ya era de mecha corta, Elektra ni te cuento. A ver, que ella está encantada de dar cobijo a sus pequeñas promesas del vogue, pero nada es gratis. Lo mínimo que exige es un poco de afecto. Y respeto. Mucho. Al fin y al cabo, ella te ha dado techo y comida, ¿no?.

Vamos a ver, está claro que Elektra no es una hermanita de la caridad. Ella es más bien Cruela de Vil. Pero la que mola. La Glenn Close que le decía a Anita que ojocuidao con el matrimonio, que te despistas y acabas muerta en vida. Es una doña elevada con la que no tendrás problemas si la veneras en la justa medida.

Ahora bien, como le torees, estás jodida. Díganselo sino a Blanca, que se pira de la casa de Elektra y monta negocio por su cuenta. Blanca no es Eva. Blanca es el flashback que devuelve a Elektra al frío New York del que huyó. Elektra se lo ha dado todo a Blanca, las cosas como son. Y ver cómo tus polluelos no solo vuelan del nido sino que montan una nueva casa y se convierten en competencia directa en el vogue no debe ser nada fácil.

Quizá por eso Elektra estalla. Blanca monta una nueva casa delante de sus narices y se convierte en la nueva mamma de moda. Pues hombre, algo te tiene que joder, como mínimo. Y es ahí donde Pose acierta de lleno. Si en All about Eve se nos presentaba el conflicto entre dos mujeres a modo de pelea de gatas (muy salvada porque ya os digo que Margo es sencillamente maravillosa), en Pose la historia toma otro enfoque. Para empezar, porque todos los personajes parten de un mismo origen: la precariedad otorgada por la opresión interseccional. Blanca no quiere robarle nada a Elektra, como sí buscaba Eva. Blanca solo busca sobrevivir.

El enfrentamiento entre Blanca y Elektra plantea, en este sentido, una nueva vía. A través del diálogo, ambas terminan por encauzar sus conflictos y empatizar, hasta cierto punto, con los motivos que les han conducido a actuar de ese modo. Blanca y Elektra no son amigas, pero se necesitan para sobrevivir en la jungla. Básicamente, se dicen: ódiame todo lo que quieras, pero me necesitas y lo sabes. No solo porque tenemos que convivir, sino porque ahí fuera nos espera una mierda muy grande que no entiende de enfrentamientos.

En este punto, podríamos decir que Pose rompe con la sororidad para plantearnos un nuevo concepto: la zorroridad. Sí, saben que no se soportan. Pero resulta que ahí afuera les esperan palizas, un VIH cada vez más bestia y una precariedad apabullante. Así que cari, dame la mano que si no sales tú del pozo, yo tampoco.

Y por eso, All about Eve y Pose son más necesarias que nunca. La primera, porque Margo nos recuerda que es mejor fuera que dentro y que un buen Martini ha de servirse siempre bien seco. Y la segunda, porque nos deja claro que, en tiempos crudos, más vale aliarse entre nosotres que seguir por separado y acabar en cunetas. Igual con 60 y pico fascistas en el Congreso (y subiendo) ya va siendo hora de bajarnos de la parra y practicar un poco más la zorroridad entre nosotras.

Digo.

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