Desplazamiento

No estoy. No lo sé, al menos. Hace unos días lo intenté: publica, publica. Llevas varios días. Es tu ventana. Una ventana ridícula, menguante, claustrofóbica. Pero es tuya, al fin y a cabo. Leo y veo en un intento fugaz por encontrarme. Fugaz por lo volátil del momento. El no saber si quiero seguir. Respirar a veces se hace demasiado complicado y una piensa, aunque sea un instante, en la posibilidad de dejarlo. Todo. Sin más. Sin miedo. Porque el mayor temor es el infinito.

No encajo. Ni las críticas ajenas ni mi cuerpo binomial. Estoy en un entorno ajeno por voluntad impuesta. Nadie de aquí me entiende. Soy, somos, los apestados. Corrijo y rebobino el teclado buscando un adjetivo justo que sane la disforia que tengo. Disforia, desencuentro. Lo absurdo de perder el conocimiento interno. De no conocerme por momentos.

Escribo al galope por prescripción médica. Mi terapeuta me dice: cubre tus necesidades básicas y sana tu dolor desde el presente. Que la adulta que me ocupa gestione el embrollo. Vamos jodidas. Mucho. Mi adulta está más saturada que una profe de primaria española en plena pandemia. No puede más.

Nos invade un temor cínico. A no ser y no llegar. A comunicar. ¿El qué? Si ni siquiera logro ser vista. Mis intentos de buscar mi sitio en las redes sociales acabaron en estripitoso fracaso. Veo a las que logran hacerse un nombre. Publicar a través de lo vicario. Y envidio lo fácil de ser marea y no dejar nunca de moverse al compás social.

Quizás es que me acostumbré demasiado pronto al resguardo de la esquina. 19 años de la primera herida. Llega un momento en el que ni notas la llaga, se hace amiga y acompaña. Entonas un monólogo interior. Lo proclamas y firmas tu sentencia social. La que habla sola. Y lo demás que sigue pero es tabú. la herida soterrada que quema en silencio. Lo peor.

Son días turbios que piden calma y reciben lo amargo. El recuerdo. Sustantivos insustancialmente pretenciosos para evitar la realidad: me violaron. Pero de buen rollo. Violación servicio premium: elija usted al violador, conózcalo. Que te jodan desde la cercanía. De eso se trata. Eliges el lugar, el sujeto y el modo. La única pega: el servicio premium no admite quejas ni devoluciones. El susodicho puede incluso pertenecer a sus círculos más cercanos y no le va a quedar otra que joderse.

Una violación elegida que emborrona tu vida. Tus amigas que no lo entienden dejan de serlo y te vuelves una zorra cínica elevada que no quiere saber. Que solo quiere mutar a gris y dejar de ser.

No puedo culpar a las que no acompañan. Todas estamos de mierda hasta las orejas. Admitir la violencia no te va a liberar. Ser consciente de tu dolor lo vuelve aún más presente. Más vivo. Y a veces es necesario morir en vida. Adormilar afectos y seguir en modo pausa. Solo eso.

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