Nación. Estado. Género. Términos devastados por su propio uso. Conceptos que se dicen modernos y garantes del orden. De aquello que llaman democracia. Elementos ana(l)crónicos que calman sus conciencias.
Intento hilar un discurso útil pero me fallan las palabras. Acabo de releer mis cuadernos de adolescencia. Dolor. Cansancio. Sometimiento voluntario adquirido. Lo que debe ser. Desde muy pequeña aprehendí a negar mi naturaleza. A corregir el grito. Volver a ellos es un ejercicio de memoria devastador. Recorrer el trazo de unas notas que reflejan un cuerpo tomado por la norma. Ojalá ese primer beso, decía, mientras reconocía el asco que sentía nada más imaginarlo. Imponerme un deseo ajeno para evitar el escupitajo, el rechazo. Veo a sus señorías apoltronadas en el privilegio y sospecho que nunca han pasado por algo parecido.
Según los datos, el acoso escolar es una lacra. La violencia machista es una lacra. El racismo es un lacra. Lo dicen ustedes como para disculpar el olvido sesgado. Hablan de memorias. De víctimas a las que honrar. Citan a Arramburu entre espasmos constitucionalistas. Y nosotras nos reímos. Sus víctimas, su moneda de cambio. Aquellas que les encajan. Las de las cunetas, ya tal. Los asesinatos del 36 no le producen el mismo rédito al IBEX 35 que el de Miguel Ángel Blanco. El dolor como moneda de cambio. Y qué a gusto se quedan.
Permítanme que no les entienda. Yo fui una alumna ejemplar, de las de enmarcar. Pero nunca entendí conceptos como nación o patria. Con 7 años, una vecina intentó explicarme aquello de la conquista de América. El gesto heroico de Colón. Colón había descubierto América. Descubierto. ¿América?. No entendía nada. Mi vecina intentó explicármelo desde el balcón por quinta vez consecutiva.
-Niña, que no es tan difícil. Simplemente, se desvió en su ruta y llegó a unas tierras desconocidas.
-¿Es que no vivía allí nadie?
-Bueno, sí, pero eso no es lo importante. Lo que tienes que entender es que nadie de nuestro continente había logrado antes …
-¿Pero cómo vas a descubrir algo que ya existe? Es como descubrir el café. Yo nunca lo he probado pero mi madre sí.
-No…¿Es que no lo entiendes? ¡El gesto de Colón marcó un punto y después en la historia de España!
-¡Ahhh! ¿sanó a gente? ¿escribió un libro? ¿Hizo ALGO?
Al quinto intento, mi vecina desistió y yo me quedé sin saber qué había hecho realmente el tal Cristóbal. Veinte y pico años después, sigo en las mismas. Me alegro de no haber decido estudiar en su momento Derecho, porque a ciencia cierta que a día de hoy seguiría teniendo pendiente la asignatura de Derecho Constitucional. Cómo mínimo. No por vagancia, sino por apatía.
No conecto, sus señorías. Pero no conecto con aquello que denominan España ni con aquello que otros denominan Galiza, Catalunya, Euskalerria, Andalucía o la madre y un ciento. Son trapos. Puestos a elegir, lo de Galiza al menos es algo más estético. El azul y el blanco siempre encajan bien. Un poco de yonki de oficina, pero vale. Es como el rojo, blanco y azul de los franceses o estadounidenses. Ya que van dar significado a un referente vacuo, por lo menos háganlo mono. Pero no me junten el amarillo y el rojo, por Diosas. Me da igual que lo pongan neutro o en bandas repetidas con una estrellita. Es un atentado estético y por ahí sí que no paso. Terroristas, que son ustedes unos terroristas del buen gusto. Ahí, con sus disidencias cromáticas a modo de bozales adquiridos. Violencia estética.
Con el género me pasa tres cuartos de lo mismo. A ver, es algo más complejo. De pequeña sí que lo entendía. Más bien, asumía un significado. Pero pronto empezó a liarse todo. Con catorce años, le pedí a mi abuelo, rancio como pocos, que me regalase Segundo Sexo. Pedir a mi abuelo que fuese a la librería a pedir «lo de la Simone esa» fue mi primer acto heroico. Bueno, quizá el segundo. El primero fue exigir con apenas tres años que me bañase él, imponiéndole los cuidados que él había denigrado. Vindicación de la bebé insumisa.
El caso es que empecé con aquello del género como construcción, el matrimonio como imposición y todo se fue a la puta. Y voló. Y yo no volé con él, porque en mis diarios seguía insistiendo en ese «amor» que llegaría. Amor en un masculino singular más aborrecible que el desfile de las fuerzas armadas. No juzguen. La Beauvoir hacía su trabajo, pero en los 2000 apenas había referentes decentes. Y me contuve. Deambulé con la almohada y aprendí a quererme entre las sábanas.
Hasta que sucedió. Ese beso. Señores, que ustedes se creerán muy importantes por haber salido del armario, pero es que yo salí de la fábrica de los Lumière. Soviética de influencia troskista me comió todo el morro a dos metros del origen mismo del relato cinematográfico. Y ahí todo empezó a emborronarse.
«Fui al metro decidida a matarme. Pero al ir a sacar el billete ligué, y en vez de tirarme al tren me tiré a la taquillera».
Las palabras de Gloria Fuertes cobraron sentido. En ese café, no solo descubrí que mi amiga (qué bello es lo próximo y esquivo del amor bisexual) era nieta de una troskista burguesa (sí, existen, cuidao) que la llevaba al Bolshói, sino que me descubrí a mí misma. Me he besado con ella, le dije a mi amigo nada más llegar a su casa. Qué ha pasado. Con un gesto suave, abrió una botella de ginebra barato y me dijo: «bienvenida al club, querida. Ya era hora».
Ese encuentro no certificó otra cosa que la duda. Y bienvenida que seas. La belleza de lo incierto.
Vivimos en un tiempos grises donde la ausencia del dato nos congela y nos mutila. Nuestra confianza ciega en la madre ciencia y en el padre Estado nos ha dejado huérfanas. Buscando en lo vicario la última resistencia.
Me dirán ustedes que qué tiene que ver mi experiencia sexo-afectiva con las caceroladas fascistas. Cari, todo. El ruido vacío del canon todo lo define. Desde la desidia de BorjaMari por no comprar hasta el reclamo de mi coño a poder follar. La imposibilidad los une. La libertad, distorsionada. El derecho, hipotecado. Nuestra salud, vendida. Todo confluye en una amalgama que solo deja un hecho certero: nada volverá a ser como antes.
Así que disfruten. Y jueguen. Y háganse los vencedores, adjudicándose conquistas inventadas. Los justicieros, apadrinándose de rebeliones distópicas en Venezuela. Nieguen lo real y grábense diciendo que lo de la Covid es un truqui para lavarnos el cerebro. Conduzcan sus flamantes autobuses naranjas. Impongan un género y una bandera. Hagan lo que les venga en gana. El tiempo se les acaba.
Han venido a imponer un código. Una victoria. Una nación. Y nosotras les devolveremos su trazo en discontinuo. Ustedes han escrito la historia a golpe de fusil. Nosotras reescribiremos nuestro deseo a golpe de orgasmo.