Os gustan los coños sin disforia de ningún tipo. Y cuanto más blanquitos mejor.
Señoros, marujas y viceversa.
Sí, tú. El de la última fila. El que llora porque ya no hay cine como antes. Ya no hay tías como antes. Ya nada es como antes. Welcome to the jungle, chaval. Proclamar a viva voz que «nada es como antes» es el primer signo de autoextinción.
De lo burgués y privilegiado.
Su mano tranquila frente al frío vigilante de la norma. Su fuerza sigilosa frente a la violencia explícita del poder. Un hecho tan inhóspito me permitió asumir dónde estaba ella y dónde estaba yo. Las dos mujeres. Pero no iguales. Jamás iguales ante el código.
Persona: un drama coplero en tres actos.
Les presento una cosita coplera, elevada pero informal. Insultantemente vulgar y dolorosamente autobiográfica. Bergman visto desde mi capa de dama resiliente que me acerca por segundos a un híbrido entre Violeta Parra y el desafiante Padawan de la estepa castellana.
Heroicidad impuesta.
No puedo o no quiero decir las palabras justas. El miedo y la desidia han hecho complot y me inmovilizan. Asco. Temor. Hartazgo. Ganas de un nuevo mundo. Necesidad de aire puro.
El miedo es el mensaje.
Reflexión acerca de lo impuesto.
Chochocentrismo.
A veces una tiene que caer del burro y hacerse un poquito así en la pestaña, que se le ha quedao un poco de transfobia incrustada.
Perdonen que no me levante.
Mientras unos aprendían las pautas del catecismo, yo permanecía en ese redil insurrecto de «pijo progre»: mañanas de domingo con la Torres y mi madre.
Mi vida es mía.
Y yo me imagino a Pepa en el rodaje de La chinoise, desafiando a Jean-Luc con la mirada y demostrándole que es más que él.